Nuestra singular historia comienza en La Rioja, en la comarca de Tierra de Cameros, de donde procede un grupo de personas de apellido Tofé, que se trasladan desde allí hasta Priego de Córdoba a final del siglo XIX. Esa zona es conocida, como el caso de Villoslada de Cameros, por la importancia del textil, con 40 fábricas de paños reales y habitantes exentos del servicio militar por dedicarse a tal labor durante el siglo XIX.
Priego es otro referente en la industria textil y puede que fuese el nexo de unión. Una de esas familias ya desde Priego se traslada a Madrid a principio del siglo XX y allí inaugura en la céntrica calle Barquillo un negocio de moda y sombrerería denominado Modas Tofé. Regentado por doña Bárbara, se especializan en alta costura, incluso visitando París para atisbar las últimas novedades y en el apartado de sombreros femeninos llegan a ser proveedores oficiales de la Casa Real, con la reina Victoria Eugenia, como principal clienta. También la esposa del que fuera ministro de Alfonso XIII y Presidente de la Segunda república Niceto Alcalá-Zamora, Purificación Castillo, fue clienta, ya que algunos miembros de la familia eran parientes y viajaban incluso en el propio coche de Don Niceto desde Priego a Madrid o a la inversa, cuando realizaba ese desplazamiento. El establecimiento permaneció abierto hasta los años sesenta del siglo XX. Al principio de los años veinte, según relato familiar, la hija, Alicia Tofé, a quien cariñosamente llaman “la Nena”, llega a la edad de realizar la primera comunión y ahí comienza la historia de un vestido que se ha convertido en centenario y que han llevado en su primera comunión 11 niñas de la familia.
Breve historia del traje de comunión
Pero comencemos por situar qué supone desde el punto de vista histórico-cultural la primera comunión para entender más la historia que acompaña este vestido. No existe un mandato bíblico específico sobre la vestimenta para la Primera Comunión, pero la tradición del vestido blanco femenino encuentra justificación simbólica en varios pasajes que relacionan la pureza, la esponsalidad espiritual y con un acercamiento a la divinidad. El vestido se convierte en un símbolo externo de una preparación interior. El vestido de comunión y el de las vírgenes vestales romanas (niñas de entre 6 y 10 años) se parecen porque ambos usan el mencionado blanco como símbolo en el marco de un rito de iniciación infantil. Hasta el siglo XX no se promueve la comunión temprana de los niños y niñas, así se consolida la costumbre de vestir a las niñas con trajes blancos largos y velos, similares a los de una novia, en alusión a la “unión espiritual con Cristo”. Si observamos a la propia Alicia Tofé que luce por primera vez el vestido, responde a ese modelo. Los niños por su parte, por influencia inglesa se vestían de militares o marineros, estos a raíz de que lo hicieran vestidos así en retratos muy populares Eduardo VIII junto a su hijo Jorge V. También el vestirse de marinero tiene una connotación bíblica, ya que parte de los apóstoles eran pescadores, y Jesús los hizo “pescadores de hombres” (Mateo 4,19). Esta práctica incluso perdura hasta hoy.
Si repasamos siglos de historia, llegamos a los primeros siglos del cristianismo, los niños no comulgaban en ceremonia aparte; la Primera Comunión no era un rito separado, y no existía una vestimenta específica. Será a partir del siglo XIII, con la consolidación de la teología eucarística en el Concilio de Letrán IV (1215), cuando se comienza a subrayar la necesidad de una edad mínima para la comunión, pero aún sin una liturgia específica, ni atuendo propio. En el Concilio de Trento (1545–1563) y la Contrarreforma refuerzan la centralidad de la Eucaristía, y con ello se empieza a dar más importancia al acto de la primera recepción del sacramento. En siglos posteriores, se desarrolló la práctica de vestir a los niños de manera especial para las ceremonias religiosas. Las niñas usaban vestidos formales. Pero no será hasta el siglo XIX en que se popularice el uso sistemático del vestido blanco, en parte influido por la moda burguesa y el modelo de la novia cristiana. Será el Papa Pío X, en 1910, con su decreto Quam singulari, quien permitiera que los niños comulgaran desde los 7 años, lo que universalizó la práctica de las primeras comuniones infantiles y consolidó también su iconografía, incluido el vestido. Esa popularización hizo que se añadieran accesorios simbólicos como el velo o corona de flores (símbolo de virginidad espiritual), los guantes blancos (decoro y pureza), la medalla, rosario, misal o vela como acompañamiento sacramental.
A comienzos del siglo XX, los vestidos de comunión para niñas reflejaban las normas sociales y religiosas de la época, eran largos hasta los tobillos, con mangas abullonadas y cuello cerrado. La sobriedad dominaba, con tejidos como batista, lino o muselina, reservándose la seda para familias acomodadas.
Los accesorios incluían velo o mantilla, guantes, medias blancas y un crucifijo. Mientras las clases altas encargaban los trajes a modistas, las familias humildes recurrían a vestidos sencillos, heredados o adaptados. Tras la Guerra Civil, el modelo se estandarizó y en los años 40 y 50 se consolidó la imagen “clásica”: vestido largo, velo y encajes discretos, reflejo de la austeridad y del nacionalcatolicismo, que imponía recato y obediencia. En los 60 y 70, la apertura social trajo diseños más ligeros, con cuellos abiertos, mangas cortas y tocados de flores. La democratización del consumo permitió el acceso a tiendas especializadas. En los 80 y 90, la comunión adquirió tintes más ostentosos: faldas amplias, volantes, mangas globo, adornos de perlas y un marcado componente de estatus. Ya en el siglo XXI, la tendencia se diversifica: conviven el estilo clásico junto a los modelos más sencillos y cómodos. Predomina aún el blanco, pero aparecen tonos pastel y marfil, coronas de flores naturales, alpargatas y bailarinas. La comunión se reafirma como rito religioso, pero también como evento social y comercial, con un peso creciente de las firmas de moda infantil y la personalización de cada vestido. Puede verse toda esta singular historia de manera documentada en “Historia de la primera comunión en España” (2015) de Pablo González Tornel y la parte que se dedica en el Museo del Traje de Madrid. A lo largo de las 11 fotografías que ilustran nuestro reportaje podemos ver la evolución de lo mencionado. Se convierte el vestido en una ilustración fidedigna de ese proceso de transformación y evolución, sobre todo, de los accesorios, ya que el vestido siempre será el mismo.
Un vestido centenario
Modas Tofé era una importante firma comercial y por tanto, el hecho de que su hija fuese vestida en la primera comunión con un vestido acorde con esa circunstancia llevó a la elaboración de un cuidado modelo que nos descrito de manera técnica el artista Paco Tamajón. El vestido lo conforman dos piezas bien diferenciadas entre sí; vestido y enagua. Está realizado en su totalidad por organza de seda natural, tanto el cuerpo como las mangas se realizaron mediante pequeñísimas jaretas verticales. Por su gran parecido visualmente hablando, cabe reseñar que su efecto recuerda mucho al famoso tejido “Delphos” inventado por el artista Mariano Fortuny. La parte de la falda está realizada de la misma seda menos en el tercer tramo del alto de la falda, que está compuesto de siete jaretas horizontales de triple ancho con respecto a las del cuero y mangas. Todo el proceso de confección podemos denominarlo de alta costura. Tanto el cuello como los puños están rematados por finísimos encajes denominados «de Bruselas». Abotonado en la parte trasera del cuerpo mediante pequeñísimos botones de nácar y finísimos ojales. Las dos partes del vestido van ceñidas por un lazo denominado “de Sisí”, en organza y la parte que recorre la cintura, también está realizado mediante jaretas del mismo tamaño de la falda. La enagua está realizada en popelín de algodón, bordado en color blanco realizando una gran cenefa con símbolos como margaritas y greca de corazones, todo ello realizado a mano bajo la técnica de bastidor. La Enagua está rizada en la cintura mediante cinta elástica. Dicha enagua tiene un volumen superior al vestido con el fin de una vez almidonada y planchada diese un aire más voluminoso en su conjunto.
De la calidad de las creaciones y estilo de Modas Tofé puede dar fe el hecho de que algunas de ellas, realizadas hace más de un siglo, han seguido utilizándose por la familia como vestidos de fiesta, sin haber pasado “de moda”. Y entre ellos el más singular lo representa el vestido de comunión. La joven Alicia (1) aparece en la fotografía de comunión sobre un reclinatorio con flores, un libro y un largo velo que se llevaría durante décadas por cinco niñas de la familia. Alicia, de mayor, era una mujer muy avanzada a su tiempo y llamaba la atención por la ropa que vestía, su desenfado e incluso porque, al visitar Priego en los años treinta, fumaba. Algunos de sus vestidos exclusivos los regalaba a sus primas del pueblo y así lucían trajes de gala inspirados en la moda parisina. Y uno de ellos fue el vestido de comunión que utilizó su prima hermana Mª de los Ángeles Sánchez Tofé (2), en 1925, que reproduce casi de forma calcada de la anterior una fotografía de ese evento. Apenas hay cambios en el modelo. Sería la primera de las hermanas que celebró la comunión con aquel vestido. La siguiente en edad era Conchita, destinada también a lucirlo, pero el luto familiar, por el fallecimiento del abuelo, provocó que no lo celebrase y por desgracia, no pudo vestirse con él. Ya en 1938 la que sí pudo vestirse y celebrar la comunión fue la tercera de las hermanas, Carolina (3), que repetiría casi sin cambiar nada del original, con las mismas capas del vestido y el mismo velo. Unos años después, en 1940, la menor de las hermanas, Isabel (4), volvería a lucir el mismo vestido que su prima y hermanas, era la cuarta que lo llevaría en tres lustros. La fotografía de esta nos permite apreciar que permanecía sin cambios la tipología con el mismo velo. De la dificultad de la época nos sirve el testimonio de una mujer egabrense, Encarna Arroyo, que realizó su comunión en 1940: “En Cabra no había tela para el vestido. En un mulo, mi padre se fue a Priego para adquirir una pieza de tela. De camino, se trajo un carga de zapatillas para calzar a los niños de su calle”.
Pasarán veinte años hasta que otra familiar utilice el vestido en su celebración de la comunión. Conchi Linares Sánchez (5), hija de Conchita, la única hermana que no pudo vestirse con él, tenía la oportunidad de volver a recuperar la indumentaria y así esta pudo disfrutar que su hija mayor sí lo hiciese. Fue en el año 1961 y aunque habían pasado muchos años, casi cuarenta, desde los originarios años veinte se mantuvo el vestido tal cual y el mismo velo. Resistía aquella creación la moda y el paso del tiempo. En 1963 vuelve el traje a ser llevado por otra hermana, en este caso Mª del Carmen Linares Sánchez (6), recuperando el ornato floral del original. La siguiente en lucir el vestido fue Maruja Molina Sánchez, hija de Mª de los Ángeles (7), la primera de las familiares de Priego que lo llevara en su celebración. Lo hizo también, un mes después que su prima, en el mismo 1983, una en abril y otra en mayo. Por primera vez aparece un cambio considerable ya que la decoración floral que acompañaba al velo se elimina y queda tan solo una capota que sustenta este. Ya en el año 1970 el turno fue para su prima hermana, Juana Linares Sánchez (8), octava familiar que lo luciría, con el modelo y tocado originales. Unos cincuenta años desde su creación tocaría el turno para llevarlo a la menor de las hermanas, Carolina Linares Sánchez (9), que 1974 celebró su comunión con el traje, pero ya sin velo, con un ligero gorro abrochado. Más sencillo aún sería el de Pilar Sánchez Sánchez (10), hija de Maruja y nieta de Mª Ángeles, es decir tercera generación que se vestía con el traje, ya que tan solo utilizaría el traje y se desprendería de la parte alta de accesorios, dejando el pelo al descubierto. Un dato curioso es que al ser mayor de estatura que las anteriores familiares hubo que añadirle en el bajo un trozo de tela para compensar. Era el año 1984, sesenta años después de que se creara el traje. Y diez años después, en 1993, lo lució su prima segunda, María Mérida Linares (11), hija de Conchi, que una vez quitado el añadido anterior, recuperó de nuevo el traje para su celebración con un pequeño tocado floral.
Y así hemos llegado al año 2025, cuando el vestido ha cumplido cien años desde su creación y once niñas de la misma familia lo han lucido en el día de su Primera Comunión. No sabremos si habrá una décimo segunda dispuesta a llevarlo. Lo que sí es cierto es que ha resistido el paso del tiempo y perdura dispuesto a ello. Una prueba evidente de que lo bien hecho, perdura. Decía Coco Chanel, que la moda pasa de moda y el estilo jamás. Tal vez la calidad de una prenda ayude a ello, y sobre todo, la unión que ejerce con otras personas en el tiempo, que lo cargan de valor emocional, más allá de una prenda para una celebración. Ahora también se puede encontrar un vestido de comunión ofertado como segunda mano en ventas a través de plataformas digitales, pero esa ya es otra historia. Ilustramos también con una curiosa creación del pintor Eduardo Naranjo (Monesterio, Badajoz, 1944) que realiza curiosas obras de realismo mágico, inspiradas en trajes como el que nos ha ocupado.
En los fondos de ABC existe un amplio repertorio gráfico con imágenes para poder seguir la evolución mencionada y en la página cabraenelrecuerdo.com existe un curioso y amplio repertorio de fotografías documentadas desde principios del siglo XX de niños y niñas vestidas de comunión. Como documentos gráficos ilustrativos para realizar un recorrido histórico tenemos las interesantes páginas en la red de la localidad vecina “Cabra en el recuerdo” y el Archivo de Chinchón (Madrid).
Manuel Molina González, es doctor en Filología Hispánica, asesor del CEP Priego-Montilla y colaborador de la Universidad de Jaén. Ha publicado obras de no ficción y ha obtenido diversos premios literarios nacionales e internacionales. Columnista semanal de diarios jienenses, es a su vez, autor de Haikus y creador de libretos para danza https://www.edicionesenhuida.es/autor/manuel-molina-gonzalez/.